tuyoyellas

Capítulo 19.

Lo que más me gusta de las navidades es sentirme en casa cada vez que me despierto. Las paredes se llenan de verdes, rojos, adornos y familia. Hay comida en la nevera con cosas que sólo se compran en estas fechas. Más dulces de los que un ser humano puede soportar para seguir vivo. Vino a raudales, polvorones y turrones.

Se impregna por toda la estancia una sensación a hogar que no se llega a respirar igual, el resto del año. Además Alex lo disfruta como nadie y hace que yo lo pueda vivir como siempre. Ella decora la casa al detalle. Prácticamente tarda un día entero en montar el árbol del salón. Lo llena de espumillón respetando los espacios del tronco y sus ramas. Le encanta que haya simetría y todo quede de una forma cálida. Parece que ponga cada cosa como si fuera un regalo precioso que solo pudiese existir en ese sitio concreto. Por eso cuando me levanto un día festivo como hoy, medio despeinada, con un jersey viejo y un taza de café en la mano, sonrío. Noto esa sensación que nace en el estómago cuando sabes que estás en el sitio en el que tienes que estar. Ese lugar donde no necesitas mucho para ser feliz, para disfrutar de estas pequeñas cosas. De este maravilloso café, de este hogar, del aroma que viene de la cocina. De las risas de Luis y Alex mientras mueven platos, confiados, preparando la comida.

Me siento en el sillón y subo mis piernas. Me encanta disfrutar de estar medio en pijama perdiéndome en la luz de la mañana. Sobre todo cuando tengo poco tiempo antes de ponerme en marcha. Se supone que en menos de una hora llegarán: Lucía, Paula, Sofía, Santi, Marta y Gabi a casa.

Lucía suele preparar un pavo todos los años. Le gusta encargarlo con tiempo y cocinarlo lentamente con un buen caldo de carne, puerro, coñac y apio. A Lucía se le ocurrió la idea sin más hace tres navidades. Fue algo completamente espontáneo. Tan pronto estaba caminando por la calle como cocinando un pavo enorme en nuestra cocina. Se plantó en casa con un animal de mas de cinco kilogramos que tardó mas de tres horas en preparar. Lo recuerdo como si fuera ayer. Me desperté con un aroma afrutado y sonidos de risas. Alex estaba emocionada, mientras Paula no paraba de preguntarle a Lucía por qué había comprado el ave más grande de toda la tienda. No le faltó razón. Estuvimos comiendo pavo una semana entera.

Desde entonces solemos juntarnos a comer un pavo por navidad. Ese pequeño fenómeno casual se ha convertido en nuestra pequeña tradición familiar. Este año no podía ser de otra manera. Sólo que en esta ocasión, en vez de cinco personas alrededor de la mesa, seremos nueve.

Es realmente sorprenderte darte cuenta como cambian las cosas. El año pasado por estas fechas vivíamos Paula, Alex y yo juntas, en casa. Lucía preparaba a Pepito Segundo en nuestra cocina (así nos gusta llamar a nuestro amigo comestible), mientras Alex y yo jugábamos con la videoconsola en el salón. Ella y yo nunca nos habíamos preocupado de organizar nada. Nuestro deber y obligación siempre había consistido en poner la mesa, sentarnos a comer y fregar los platos. Hasta este año. Ahora todo es increíblemente distinto.

Lucía esta cocinando en su casa con Paula. Después de tanto tiempo sin verse, han querido cocinar el pavo en su casa para poder pasar mas tiempo a solas. Es lógico, casi no se ven. Aunque me duela un poco no haber visto a Paula desde que haya llegado a Madrid, la entiendo. Paula echa mucho de menos a Lucía. Es natural que necesite, mas que nunca, aprovechar al máximo sus vacaciones con ella. Supongo que yo hubiera hecho lo mismo si se tratase de Gabi, aunque bueno… Gabi y yo no somos exactamente pareja. Ella y yo no somos nada en particular. Nosotras no solemos hablar de eso, jamás. Simplemente pasamos tiempo juntas y disfrutamos de nuestra mutua compañía. No pretendo con esto desvirtuar nada. Nunca cometería semejante perjurio. Es innegable que hay algo entre ambas que no se puede esconder. Algo poco habitual, muy especial y singular. Cualquiera que nos vea desde fuera pensaría al instante que somos novias. Es más, no lo dudaría. Prácticamente pasamos todo el tiempo que podemos juntas. Vamos al cine, hablamos por teléfono, nos tocamos y besamos sin importar donde estamos o con quien. Hablamos de todo y con ganas. Con ese nerviosismo que aparece en las entrañas sin preguntar. Con esa inercia que te mueve a tientas con impaciencia, deseo, convicción y certeza.

Últimamente cada vez que me ocurre algo lo primero que me apetece es coger el móvil y llamarla. Especialmente si se trata de una historia tonta y divertida. Lo que sea para que su risa me inunde por el auricular y me desborde todos los sentidos. Es algo mágico y adictivo. La espero dos segundos eternos hasta que la escucho reírse con afán. En ese periodo se congela el tiempo mientras espero. Es como la subida lenta de una montaña rusa que precede a la locura de bajar de golpe. Dos mil milisegundos para subir los brazos antes de acercarte al abismo, y sentir como un sonido lo envuelve todo. Es algo que no se puede definir bien si no se ha vivido antes, es puramente extrasensorial. Su risa me arrastra a otro mundo. A un lugar donde solo estamos ella y yo compartiendo insignificancias.

El problema para mí son las malditas etiquetas. Las definiciones que solo conllevan títulos que no significan nada. Por lo menos, nada que plasme con exactitud lo que ella y yo compartimos. A veces pienso que Gabi quiere tratar el tema pero no sabe muy bien como hacerlo. Yo por mi parte suelo atragantarme con palabras que no se muy bien como expresar. Se lo que siento por ella. Lo sé perfectamente pero no quiero definirlo. Me preocupa que ella pueda cerrarse demasiadas puertas por tener un compromiso conmigo que solo consiga ahogarla o confinarla.

Gabi tiene una profesión errática. Hoy está en Madrid porque su trabajo actual le obliga a permanecer en esta ciudad, pero el día de mañana puede necesitar, profesionalmente, estar en cualquier otro sitio. No quiero que por mi culpa se sienta obligada a cambiar sus planes. No quiero influir en su vida de esa forma.

A veces siento que si lo definimos, si le ponemos una etiqueta concreta a esto tan bonito que nos pasa, provocaré que se aferré a algo por obligación. No quiero encerrarla en una caja. No quiero que mi amor le haga esclava, le impida expandirse y encontrarse. No deseo ataduras que encierren y opriman. Lo que quiero es precisamente todo lo contrario. Quiero verla elevarse, tocar el cielo con la yema de los dedos, surcar el mundo con sus pies, volar y sentirse libre. Deseo que un día venga a mi cama y me diga:

Mira Elena, hoy he estado volando. He encontrado piedras de colores en muchas ciudades que no existían. He visto olas en mares muy distintos. He sido luz, calma, pasión, ansia, tristeza y paz. He encontrado y probado sabores que no conocía. Me pude ir lejos, muy lejos. Pensé en ti en esos sitios. Me apeteció llevarte, llamarte y enseñártelo. Pude hacerlo porque era libre. Por eso hoy vuelvo a casa para compartirlo contigo.”

En algunas ocasiones cuando le pones un rotulo a algo y lo encorsetas, pierde su esencia. No quiero que ella hipoteque algo que no me pertenece. Necesito que mi amor le aporte y le haga grande, que nunca le prive y le reste. Para mí no tendría ningún sentido que fuera de otra forma.

Pienso en estas cosas con los pies colgando por fuera del sofá. Sintiéndome un poco extraña en este salón, con los ruidos que me llegan de la cocina. Murmullos de Alex y Luis, no de Paula y Lucía.

Cuando Luis se enteró de nuestro pequeño ritual anual se apunto sin pensarlo. Tardó dos segundos en proponer realizar unos acompañamientos caseros para el plato principal. Y como estaba tan entusiasmado con la idea, Alex se animó a ayudarle nada más escucharlo. Han estado tres días haciendo listas de ingredientes, intercambiando ideas y consultando recetas con Lucía. Me preocupa el comportamiento que está teniendo Alex últimamente. Lo digo porque no es la primera vez que la veo invirtiendo mucho tiempo de su ocio en actividades que en realidad no disfruta. Me inquieta que Alex esté intentando hacer cosas que sólo le gustan a Luis para impresionarle, simplemente por pasar tiempo con él.

Cada día es más evidente que se está enamorando de él. Cada vez que Luis entra por la puerta y Alex está escribiendo con sus cascos en las orejas, la veo sonreír sutilmente. Otro ser humano puede que no se de cuenta, pero yo sí. La veo como le mira cuando parece que está haciendo otra cosa. La observo cada día como se maquilla más, como se pone ligeramente nerviosa cuando él está cerca y se sienta a su lado. La veo reírse desde las vísceras. Darle golpes en el brazo, tirarle palomitas…La veo quererle sin decir nada y sin darse cuenta. Lo veo con mis ojos de amiga, hermana y compañera de trinchera. Me empapo de todo esto y me preocupo, porque Alex a veces es incapaz de regular lo que siente. Ella quiere descomunalmente sin protegerse lo más mínimo. No abre los ojos en ningún momento. Ella los cierra y salta. Lo cual sería increíblemente precioso si la persona que tiene al lado quisiera saltar de la misma forma con ella, pero lo cierto es que tengo mis dudas. Lo que observo en Luis es otra cosa. Puede que sea porque no le conozco lo suficiente. Para mí no es más que un compañero de piso, no se como es su forma de mostrar cariño y expresar emociones. No puedo poner la mano en el fuego y asegurar que tengo razón. No obstante, tengo la impresión que hay algo que no acaba de encajar. Puede que me equivoque pero no veo a Luis mirar a Alex, con ese halo de divinidad con la que ella le mira a él.

Por si las cosas no fueran lo suficientemente extrañas por si solas, también van a venir a comer mi hermano Santi y su novia Marta. Hoy va a ser el primer día que Santi conozca mi casa. Nunca ha estado aquí. No sabe como tengo dispuestas mis cosas, cuales son mis muebles y mis rincones personales. No los conoce, no los ha visto. No se los he enseñado como hago con cualquier persona que sea importante para mí. Parece mentira que Gabi haya estado muchas más veces aquí que él, pero así es. Él no ha estado nunca en mi casa porque yo no le he dejado entrar antes. Las cosas hay que decirlas como son. Si hubiera estado más centrada en el resto del mundo que en mi propio dolor, le hubiera dejado entrar en mi vida, en mi hogar, en mi familia no biológica pero incondicional; pero lo cierto es que no ha sido así.

Afortunadamente nuestra relación ahora es distinta. Desde aquella comida, en aquel restaurante japonés, nuestro trato ha cambiado mucho. Nos vemos prácticamente todas las semanas. Quedamos para correr. No vive muy lejos de mi casa. Tan solo a un par de paradas de metro. Así que suelo desviarme un poco, de mi ruta habitual, para pasar por la zona donde él vive. Cuando llego a la panadería que queda en la esquina de su calle, él se une directamente a mi paso. Se engancha siempre a la perfección. Una sonrisa, un toque de espalda y ya estamos en marcha. Corriendo el uno al lado del otro. Luego solemos tomarnos algo, tirados en cualquier banco que encontremos para hablar de lo que surja.

Me encanta esa sensación de estar. La de no necesitar tener que sacar una tema especifico para que las conversaciones florezcan. Sin presiones. Hablar por hablar. Eso no se da con todo el mundo, pero con Santi sí. Con él puedo ser completamente simple mirando al cielo. Puedo protestar porque mi agua esté caliente o mi pelo no me responda de la forma que me gustaría. Él me puede llamar frívola o hablarme de su trabajo, o de su novia. Da igual, no es importante la temática, somos importantes nosotros.

Para rematar este extraño fenómeno paranormal, de nueve personas en condiciones extrañas reunidas alrededor de una mesa, está Sofía. De la que no se nada desde hace una semana. No sé si la han raptado los extraterrestres o la han confinado en algún lugar lleno de modelos prepotentes, pero lo cierto es que desde que le dije que éramos nueve para comer en vez de cinco personas no he sabido nada de ella. Se limitó ha responderme por el chat del teléfono con tres puntos suspensivos y un OK. Desde ese día no he recibido mas que mutismo por su parte.

Todavía no salgo de mi asombro. Es completamente inusual que Sofi se comporte de esta manera. A ella le encanta este tipo de eventos. Siempre nos dice que si no fuera por estos planes sus navidades serían terribles. Sus padres hace años que no celebran nada con ella.

Para Sofía un día como hoy suele ser algo muy importante. Esta tradición, la disfruta mucho más que ninguna de nosotras. Es más, su actitud roza la obsesión. Siempre llama mil veces para saber que trae o que necesitamos. Nunca cocina, ni viene antes para ayudar, Sofi es como es. Siempre ha sido así, nadie pretende a estas alturas que se comporte de otra manera. Lo que me tiene completamente perpleja es que no haya confirmado su asistencia después de siete días. Alex dice que vendrá que no desespere, pero aún así estoy enfadada. No entiendo que mosca le habrá picado.

A pesar de mi indignación por mantenerme en vilo sin ningún tipo de aclaración aparente, he decidido confiar en que vendrá. Hemos contado con ella como hacemos siempre. Supongo que su extraña actitud tendrá alguna explicación que ahora mismo se escapa de mi entendimiento.

Remato lo que queda de mi café con un suspiro de cansancio. El reloj me recuerda que no me queda tiempo suficiente para arreglarme antes de que lleguen todos los invitados. Otra vez me toca arreglarme con prisas.

 

10 comentarios en “Capítulo 19.

  1. Cuanto talento el tuyo!!
    Mis respetos por la forma en la que plasmaste el desapego de Elena, jamás lo había visto tan claro como lo plasmaste, además que, creo no lo sé, que nos compartiste algo muy personal.
    Gracias!!

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